A
mi padre,
tan
santo
como
el semblante
de
un búho,
dándome
paz.
Os
escondes
en
los celajes del paraíso
como
un ángel de minerva
en
resguardo fierro
de
sus follajes de otoño.
En
tu eterno vuelo,
observaste
el trascender
apacible
de tu semblante,
con
la santa discreción
de
tu soñolienta vigilia;
intercediendo
entre
luceros del silencio:
durmiendo
en serenidad,
ululando
vuestra templanza.
Es
por tí,
mi
viejo búho,
el
amanecer
lleva
en tu mirada
la
tan callada
sabiduría,
como
el antiguo
pestañear
del
creador.
Cuando
cerraste tus ojos,
sentí
la noche
— tan
vacua
cuando
el viento
deja
al sauce mudo
en
su amado duelo.
Efímero
es existir
cuando
percibo la vida
sin
consuelo
con
la ausencia
de
vuestra curiosa escucha.
Mi
viejo búho,
guíame
hacia
una santidad
cauta;
cuan
sincero anhelo
de
seguir tu amado legado
siempre...
en paz.