Señora de la Noche


Embeleso en mis ojos ha dejado
el fulgor de tu pálido semblante,
y mi versos os implora con decoro
cuan sublime tu majestad fiera.

El atardecer se desliza en cascada
salpicada de oro y sombra,
en velos de sedoso ceruleo oníce
brillan en plata:
tus intimas cuencas perfumadas.

Con el carmin sangriento de tus finos labios,
extingues el clamor divino del sol,
y en tu mirada de dulzura menguante
alumbras reinante: la pasión de mi sonatinas.

Dime con presteza y sortilegio,
inmaculada señora mia,
¿Por qué naciste como romance de noche?
¿Seré digno en componerte alabanzas?

En extasis consumado
a tu hermosa santidad,
te invoco tan ferviente
en delicia

en mis palabras
ebrias
de elixires
paganos.

¿Qué ocultas en atrevida
y tierna malicia
–magnanima mía señora–
detrás de vuestro velo de celajes,
bañado en rocio de astros?

En fragancia de rosa y purpura
entrego mis elogios de deseo
por sentir tu misterio nocturno
como devoción reposando
en tu suave regazo.

Hazme caer en tu sopor, señora mia,
mientras me susurras con amor
vuestros deleitosos e oscuros
secretos.

Creciente como la luna...





Creciente como la luna
se ciñe mi soberano alfanje,
enhiesta de hambre bendita
cuan filosa en frenesí lubrico.

Impaciente por atravesar la carne
se yergue decidida y firme;
sin atavíos ni remordimientos
cuan bañada en carmesí rico.

Afanada en perenne combate
se deslumbra en fausta gloria;
atajando y embistiendo
cuan duelo de exhausto rito.

Engalanada en suntuosa funda
se reposa en pingüe deleitoso;
aún elevada en crasa voluntad
cuan ávida mi señora la izó.

Venid confiada en deleitar jubiloso...




Venid confiada en deleitar jubiloso
con complaciente decoro
a vuestro sultán de oro.
Ostenta el encanto de mi reino
sobrecogido a tu preciosidad
en la voz de tus historias carnales.

Fiel vasalla de mis interminables noches:

¡Cuéntame el amorío de estrellas palpitantes!
¡Recuérdame las travesías de romances vedados!
¡Cautívame con la magia de amantes infames!
¡Adviérteme de las delicias de perfidias enamoradas!

¡Prohíbeme de los males en la pureza de mi amada!

¿Qué depara tantos finales sin fin?
Perdido por ti
Y hallado por ti:
tan insaciable eres
en tu sabiduría
de perla y miel.

Concédeme
el protagonismo [i]licito
de ser todo el hombre
en todos tus caballeros
sin defecto.

Démosle vida
a vuestras palabras
embellecida con leyendas,
cuan mística poesía
para amar
incontables mujeres
encarnadas
sólo en ti.

Infúndeme la gracia eterna...



Infúndeme la gracia eterna
concebida en perfecta disonancia
en prosas riquísimas recitadas
como sortilegio divino de amoríos.

Desprende todo ornamento de vilezas,
mi preciosa e inmaculada hurí,
de éste frágil y fornido cuerpo
surtido en belicosos martirios.

Úngeme en tus caricias de mirra
todas las fatigas de la celosa soledad.
Lubrica la avidez de toda delicia
en vuestros labios conferidos
a mi caprichosa salvación.

Mi ansiado paraíso:
¡Hazme arder en embriagadora lumbre!
─cuan faro imponente
ante las lenguas del mar.

Púrgame en tu fogoso
abrazo de sándalo
el delirio tormentoso
de la nublada fe.

Mi deseado abismo:
¡Hazme caer en energúmeno amor!
─cuan vasta pasión
de entrega perpetua.

Correspóndeme como flama de entrega...




Correspóndeme como flama de entrega
y abraza este silente anhelo
en lubricas plegarias
consumada en fogata de loto
en inmensos páramos
donde mi espíritu se sacia
en vuestra maravillosa beatitud
bajo luciérnagas de amantes distantes,
brillando en lejanías abismales,
danzando cuan luceros atraídos
en profanas orbitas perseguidas;
mirándonos con inocente fervor
ante esas vastedades del deseo,
queriendo besar lo imposible
mientras nuestros cuerpos trémulos
sienten la fría caricia de la soledad,
cuan acosadora de nuestra devoción
ansiando extinguir el sentir
que nos pertenece
por siempre.