Señora de la Noche


Embeleso en mis ojos ha dejado
el fulgor de tu pálido semblante,
y mi versos os implora con decoro
cuan sublime tu majestad fiera.

El atardecer se desliza en cascada
salpicada de oro y sombra,
en velos de sedoso ceruleo oníce
brillan en plata:
tus intimas cuencas perfumadas.

Con el carmin sangriento de tus finos labios,
extingues el clamor divino del sol,
y en tu mirada de dulzura menguante
alumbras reinante: la pasión de mi sonatinas.

Dime con presteza y sortilegio,
inmaculada señora mia,
¿Por qué naciste como romance de noche?
¿Seré digno en componerte alabanzas?

En extasis consumado
a tu hermosa santidad,
te invoco tan ferviente
en delicia

en mis palabras
ebrias
de elixires
paganos.

¿Qué ocultas en atrevida
y tierna malicia
–magnanima mía señora–
detrás de vuestro velo de celajes,
bañado en rocio de astros?

En fragancia de rosa y purpura
entrego mis elogios de deseo
por sentir tu misterio nocturno
como devoción reposando
en tu suave regazo.

Hazme caer en tu sopor, señora mia,
mientras me susurras con amor
vuestros deleitosos e oscuros
secretos.

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